sábado, 23 de marzo de 2013

Cuentos de crisis. Capítulo I


*Nota: Los comentarios entre paréntesis no forman parte del hilo del cuento, sino que son puntualizaciones mías. Considero que es bueno dejarlos, pero aviso de que pueden despistar y dificultar la lectura. Lo siento, no he conseguido solucionarlo antes de publicar.


Érase que se era, en un lejano país, unos ciudadanos al límite de su paciencia, afectados por unas leyes que, cada vez más, ellos no habían decidido y que estaban cada vez menos orientadas a protegerlos, con una clase política cuyas explicaciones ponen de manifiesto que o es mayoritariamente idiota (en cuyo caso el motivo por el que no da otro tipo de explicaciones es la falta de recursos) o los toma por idiotas (algo quizás más inquietante, porque impide presuponerles buena voluntad).

Dada la situación, y tras años de manifestaciones y huelgas, siempre desoídas, un colectivo de ciudadanos empezaron a protestar en las puertas de las casas de muchos de sus líderes políticos. Llevaron las pancartas y las pegatinas, y aramaron jaleo en los portales (cosa que también ha ocurrido aquí), incluso acamparon delante de ellas durante un par de días y hasta gritaron con el megáfono por las noches (cosa que no ha pasado aquí). Esto tuvo una consecuencia muy desagradable: los vecinos, familiares, amigos y demás víctimas colaterales protestaron por lo que consideraban un castigo injusto contra ellos (cosa que aún no ha ocurrido aquí). Los manifestantes, cuya intención no había sido molestar a gente inocente, pidieron perdón públicamente y decidieron actuar en consecuencia y eliminar la parte que molestaba a las víctimas colaterales de sus protestas: el ruido.

A partir del día en que se tomó esta decisión, todas las manifestaciones fueron en silencio, sin más ruido que el normal de una multitud andando por la calle. Se continuó esperando a los políticos a la salida de sus casas, se les formaron pasillos desde sus puertas a los coches oficiales en que se transportaban (y que los ciudadamos pagabn, como aquí), y al pasar, la multitud los miraba, invariablemente serios y callados, pero sin hacer nada más.

Esto eliminó completamente las quejas de las víctimas colaterales, pero curiosamente aumentó la cantidad de gente que se sumó a las protestas. Incluso había quien iba paseando por la calle y al ver una concentración se sumaba de manera espontánea para expresar su desagrado con la situación que estaban viviendo. Esto hizo posible por primera vez que los políticos tuvieran un pasillo desde su casa al coche oficial y, una vez llegado a su destino, del coche oficial al Congreso de los Diputados, o al palacio real (este era un país de cuento y tenía rey y reina, como aquí), o al bar, o a la peluquería, o a dondequiera que el deber los llamase (esa selección de destinos también es posible aquí).

Todo ello siempre con la misma multitud callada y con caras mayoritariamente serias ("mayoritariamente" porque el aumento de la población implicada hizo que entrara gente muy diversa y los hay que, pase lo que pase, siempre están muy felices).

Las denuncias por parte de los políticos se redujeron, porque el aumento y la diversificación de los manifestantes impidió poder señalar a personas o colectivos concretos, lo que imposibilitaba poner denuncias. Sin embargo, ellos seguían quejándose por lo que consideraban una agresión y una violación de la intimidad; presionaron a los medios de comunicación para que hicieran llegar la imagen de que este tipo de protestas iban en contra de la democracia y que sólo una mínima parte de la población estaba a favor de ellas (esto ya ha ocurrido aquí). Incluso amenazaron con cambiar las leyes para limitar el derecho de reunión de los ciudadanos (esto también ha ocurrido aquí, aunque no específicamente en el caso del escrache).

Los mismos que al principio se declaraban "a favor de todo, excepto de la violencia [que nunca hubo] y de que se molestase a las familias", luego se opusieron a las protestas silenciosas, que ni eran violentas ni suponían ningún perjuicio para sus allegados.

Esta situación se mantuvo durante al menos un par de años. Esperemos que tras salir de la crisis los ciudadanos recordaran pedir todo lo que se les sustrajo aprovechando la coyuntura anterior, y que de ahí en adelante fueran más conscientes de lo que estaban permitiendo y votando.

Y colorín colorado, este cuento aún no ha acabado. Ni acabará. Pero esperemos que aún sea capaz de ir mejorando poco a poco.